Tras semanas de incertidumbre por su estado de salud, el Papa Francisco, de 88 años, volvió a mostrarse en público este domingo al presentarse sorpresivamente en la Plaza San Pedro durante la celebración del Jubileo de los Enfermos, una de las ceremonias más significativas del Año Santo.

El Pontífice, que permaneció 38 días internado por una neumonía bilateral que “llegó a amenazar su vida”, según fuentes eclesiásticas, fue trasladado en silla de ruedas hasta el centro de la plaza, visiblemente debilitado y asistido con oxígeno a través de cánulas nasales. “Buen domingo a todos. Muchas gracias”, alcanzó a decir, despertando un mar de aplausos, lágrimas y gritos de “¡Viva el Papa!”.

Un regreso lleno de simbolismo

La misa fue presidida por el arzobispo Rino Fisichella, mientras Francisco participó en silencio, tras haberse confesado, orado y cruzado la Puerta Santa de la Basílica, un gesto de fuerte carga espiritual. La escena, transmitida por los canales oficiales del Vaticano, conmovió a millones en todo el mundo.

Aunque no pudo dar su tradicional mensaje, se leyó una carta escrita por él mismo, en la que el Papa hizo una profunda reflexión sobre su enfermedad y el rol de los enfermos en la sociedad:

“Comparto mucho con ustedes: la experiencia de la enfermedad, de sentirnos débiles, de depender de los demás”.

También citó a su antecesor Benedicto XVI y lanzó una advertencia clara:

“Una sociedad que no acepta a quienes sufren es cruel e inhumana”.

Un llamado a la salud pública

En el texto del Ángelus dominical, que no pudo pronunciar personalmente, Francisco pidió “mejorar las condiciones laborales del personal de salud” y reclamó más inversión en sistemas sanitarios públicos para garantizar el acceso de los más vulnerables a una atención digna. Su mensaje vuelve a poner el foco en una de las causas que ha defendido insistentemente desde el inicio de su pontificado: la dignidad humana por encima del mercado.